



Muy poco apreciada en su momento y redescubierta por la crítica más adelante, esta extraña película resulta deslumbrante desde el punto de vista visual: Dreyer combina muy eficazmente el gusto por la sombras y los contrastes tonales del expresionismo alemán con la iluminación vaporosa y onírica del impresionismo francés, e incluso con juegos ópticos y audacias con la cámara de corte más vanguardista. Si a ello le unimos cierto juego con lo simbólico muy sugerente, esta especie de reverso tenebroso de “La palabra” acaba resultando, pese a la no-interpretación de su protagonista y a una narración por momentos más dispersa que onírica, una experiencia intensa y atractiva. Destaca el terrible final del villano: no sólo porque el director se vería incluso obligado a acortarlo por la censura, sino porque habría de ser remedado (¿conscientemente?) en un muy conocido thriller de los años ochenta
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