
Lo que se presenta aparentemente como una producción más de asesinatos en mansión misteriosa, esa variante tan de moda entre las series B de los treinta y cuarenta, va convirtiéndose ante el pasmo del espectador en el más extravagante de cuantos whodunit hayan podido llevarse a cabo. Fortuna inenarrable.

Canónicamente aparecen todos los lugares comunes del subgénero, bien colocados en su sitio para mayor eficacia: casa laberíntica, mobiliario decimonónico y pesado, personajes estrafalarios, muchacha medio loca, mayordomo altivo y siniestro, neblinas a manta, ama de llaves posesiva, chófer lúbrico y pendenciero, pareja enamorada, crímenes y hasta un incendio final estilo Rebeca (1940).
Ford L. Beebe, veterano realizador de seriales, dirige lo que anuncian como una película de Bela Lugosi y Lionel Atwill, cuando ambas luminarias no tiene sino papeles secundarios, uno mayordomo y otro cirujano engreído, excelentes pero desaprovechados por completo.

Ea, señores, den por hecha una realización sin alardes, funcional y beneficiada por contar con los maravillosos técnicos y escenarios de la Universal, y vean el argumento que en esta ocasión condensa por sí solo la esencia de la película, entre lo codificado y lo gloriosamente bizarro.

Sin piernas, sin brazo izquierdo y parapléjico, el millonario Ralph Morgan rabia impotente en su esplendorosa mansión contra los médicos que le intervinieron, y a quienes ha invitado a pasar el fin de semana con él. Lo que no saben estos doctores es que el potentado ha aprendido las artes yogi-mágicas de su huésped Ardeth Singh, un indio con turbante capaz de materializar un esqueleto desde su tumba en Sicilia hasta el mismo salón de su casa, y merced al mismo método, se hace crecer por las noches unas piernas ectoplásmicas de hombre lobo (?) y venga a pasear por sendas neblinosas y a estrangular a cuanta persona crea que algún día le hizo daño.
Extraño, eh? Y sin embargo el filme es más atmósfera que otra cosa, lleno de diálogos, de sombras y de oscuras amenazas, inolvidable para cuantas personas de buen gusto amen esta estética brumosa y alegremente desquiciada.
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