domingo, 7 de noviembre de 2010

Dracula, de John Bandham


La historia comienza entre aullidos de lobo, de noche, con una espectacular tormenta en el mar que nos lleva a bordo del Demeter y lo que está sucediendo en su interior, a su posterior naufragio y a las reacciones de los internos del pisquiátrico de Whitby, revolucionados por el aparato de rayos y truenos.

También son importantes los sonidos, desde las llamadas de los lobos hasta las puertas que crujen o los latidos de un corazón cuando Lucy se pone la cruz o cuando el vampiro se acerca a caballo a la pálida luz del amanecer.

Además, quizá influida por la obra teatral en que también se inspira, contiene varias diferencias tanto con la novela de Bram Stoker como con las películas clásicas.

Entre ellas que Mina sea hija de Van Helsing y Lucy del Dr. Seward, o que no haya un prólogo transilvano con Harker como “invitado” del Conde.

Otras, concernientes al vampiro, incluyen la posibilidad de moverse de día, aunque no a pleno sol (“siempre es de día en algún lugar”) o la de tocar las cruces (prende fuego al crucifijo con el que intenta amenazarle Harker).

Aunque la película elige un tono gótico en el magnífico diseño de los edificios y su contenido, desde el manicomio hasta la Abadía de Carfax en que se refugia Drácula, apenas se incide en lo terrorífico (los locos parecen de adorno), prefiriendo centrarse en las relaciones entre los personajes, especialmente en la de Drácula con Lucy Seward.

La primera aparición del Conde, como invitado social de los Seward, es en un escenario civilizado, una recepción que él invade con seguridad, trastocando la placidez del lugar con su figura alta, oscura, misteriosa, fascinante e hipnótica (se hace hincapié en sus ojos oscuros y los gestos de las manos, que utiliza para hipnotizar a sus presas).

Enseguida despierta la admiración de las dos damas presentes y la suspicacia (y celos) del novio de Lucy, un instintivamente desconfiado Jonathan Harker.
En adelante, la trama se centra en la seducción de las mujeres y, tras fallecer Mina, en la lucha que se establece entre el vampiro y el profesor Van Helsing, perjudicando a personajes como un Dr.Seward un tanto insensible e inútil y un Renfield que se limita a su conocida escena en el manicomio, comiendo insectos y hablando de su amo.

Así, esta particular versión de Drácula ignora casi por completo su vertiente siniestra (sus únicas víctimas mortales son a bordo del Demeter. Ya en tierra se limita a crear otros como él: Mina, Renfield y, sobre todo, Lucy) y se centra en su faceta de depredador sexual.

A Drácula le fascina Lucy (“Admiro su carácter enérgico, es el atractivo estimulante que esperaba encontrar aquí, en Inglaterra” o “Considero a Lucy mi reina”) y a ella el vampiro (“Es el hombre más bueno y más triste...”), que aparece como alguien romántico, misterioso y melancólico: las alusiones a su hogar perdido y ser el último de su especie o la situación en que mantiene la Abadía, repleta de hojas secas y telarañas que Lucy no parece advertir cuando acude a él.
La seducción se escenifica en tono romántico. La niebla en el balcón, la puerta que se abre y Drácula con la camisa entreabierta penetrando en la estancia de una Lucy dispuesta a recibirle, como el protagonista de una novela romántica victoriana (La autora Christine Feehan escribe una saga de libros protagonizados por seductores vampiros carpatianos ).

Y es que Lucy se muestra como una mujer poco convencional, con actitudes nada usuales para la época que vive, como el hecho de mezclarse con los pacientes del sanatorio ayudando a cuidarlos, la relación de igualdad que mantiene con Harker, al que no duda en besar en público, o su reacción ante la atracción que le produce el Conde, siendo capaz de acudir sola a su hogar (magnífica imagen desde lo alto de una araña en su tela, simbolizando la trampa en que se está metiendo) o entregarse físicamente al hombre que desea.

Esto sucede en una escena un tanto psicodélica en que se unen como sombras flotantes bajo una espiral de luces rojas que conectan la sangre y el sexo, para terminar con el clásico corte en el pecho para que ella se alimente de él, un intercambio de hemoglobina en que cada uno entrega al otro su esencia (Drácula: “Deseo tu sangre. La necesito”). Siguiendo con esta actitud, Harker y Van Helsing se erigen en guardianes de la moral (de las mujeres) y luchan contra quien las ha seducido (Harker: “No la conseguirá”. Drácula: “Ya es mía... del todo”) como si con la destrucción del vampiro recuperasen la seguridad de que su mundo victoriano permanecerá indemne... y sus mujeres controladas, aunque el ambiguo final no les da esta certeza.



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