domingo, 7 de noviembre de 2010

La noche de walpurguis


Dos empleados municipales llegan a la tumba de Waldemar Daninsky, de quien se dice que fue un hombre lobo, para efectuar su autopsia. Extraídas las balas de plata que acabaron con su vida, el cadáver revive y, convertido en licántropo, acaba con los dos infelices.

La noche de Walpurgis es la cuarta entrega de la saga del licántropo Waldemar Daninsky (incluyendo la psicotrónica Los monstruos del terror y obviando la misteriosa Las noches del hombre lobo) y una de las que cuenta con mayor reconocimiento entre los aficionados. Con esta película se inició el mito de Paul Naschy/Jacinto Molina allende nuestras fronteras, mito que aún pervive. Admirado ciegamente por unos y odiado no más ciegamente por otros, encontrar documentación fehaciente y fiable sobre el actor, guionista y director es sumamente difícil, y las fuentes suelen ser profusas en exageraciones en uno u otro sentido. Hay que tener en cuenta en este punto que, tras la exitosa y fundacional La marca del hombre lobo, Waldemar no había tenido demasiada suerte: Las noches del hombre lobo se perdió en el éter tras la muerte de su director René Govar (de hecho ni siquiera se puede asegurar a ciencia cierta que la película se terminase y exista); la delirante Los monstruos del terror era un loco pastiche de protagonismo coral; y, finalmente, La furia del hombre lobo está considerada una de las peores películas en las que ha aparecido nuestro querido licántropo.

Así llegamos a la presente película. La noche de Walpurgis ostenta un esquema argumental que sería seguido en otras entregas posteriores de la serie y prácticamente remakeado en la interesante El retorno del hombre lobo. Waldemar, ya marcado por la maldición, entra por azares del destino en contacto con unas jóvenes (en este caso concreto se han perdido y quedado casi sin gasolina) y él se ofrece a hospedarlas, viendo en ellas la oportunidad de librarse de su maldición (pues el licántropo solo puede ser libre si muere ensartado con la cruz de Mayenza a manos de la mujer que lo ame, y que, además, en este caso en particular, ha de ser durante la Noche de Walpurgis). Paralelamente, las jóvenes buscan la tumba de una condesa maldita, Wandessa d’Arvulla de Nadásdy, marcada por los estigmas de la brujería y el vampirismo. Waldemar acabará viéndose obligado a combatir a la Condesa antes de encontrar su ansiada paz. Es digno de señalar que la película arranca con el personaje de Daninsky muerto: con posterioridad, éste narrará a Elvira que contrajo su mal en el Tíbet, y que, de regreso a su pueblo natal, una turba enfurecida acabó con él, una vez descubierta su condición; el elemento del Tíbet podría ser un intento de entroncar con la anterior La furia del hombre lobo, si bien el posterior desarrollo no coincide con la explicación de Waldemar. También un elemento a destacar es la invulnerabilidad de nuestro personaje, aún en su estado humano, pues cuando es atacado por un campesino quisquilloso que lo apuñala, el arma entrará en su cuerpo sin hacer efecto alguno. Otra de las futuras constantes del ciclo de Waldemar que encontramos aquí es la presencia de una mujer (puede ser hermana, como en este caso, antigua niñera o una criada) que, conocedora de la maldición de Waldemar, le ayuda en lo que puede, mientras es considerada una bruja (o un equivalente) entre los vecinos más supersticiosos del pueblo.

La noche de Walpurgis, aún siendo una co-producción, se percibe rodada con escaso desembolso. Así, estando aparentemente ambientada en Francia, se pueden leer rótulos en español, y la banda sonora de Antón García Abril sólo puede considerarse atroz (en especial la música de créditos), si bien cabe referir que los efectos de maquillaje están notablemente conseguidos. León Klimovsky se esfuerza en conferir un hálito poético a la cinta rodando las apariciones de las mujeres vampiro a cámara lenta y rodeadas de perennes neblinas, si bien lo mejor en este aspecto son las desapariciones de las no-muertas en unos lentos encadenados. Lástima, repetimos, del raquítico presupuesto, pues se percibe un empeño en el realizador argentino que podría haber deparado una película de gran nivel, si hubiesen sido otras las circunstancias.

La película expone una historia sencilla pero bien desarrollada y que, sobre todo, presenta una mitología sumamente sugestiva, con elementos como la Cruz de Mayenza, una daga de plata en forma de crucifijo, idea ya presente con anterioridad, pero que aquí se ve reforzada al plantearse sus orígenes, siendo elaborada, al parecer, con el cáliz de la Última Cena. A este elemento cabe añadir el papel de la némesis de Waldemar, la Condesa Wandessa, inspirada en la figura real de Erzsébet Bathory. El segundo nombre de Wadessa, d’Arvulla, podría ser un guiño a uno de los acólitos que rodeaban a su homóloga real, la bruja Darvulla, principal incitadora de sus peculiares tratamientos dermatológicos, y uno de los que, curiosamente, se libraron de ser ajusticiados, ya que huyó antes de que la justicia cayese sobre la Condesa.
Interpretada esta Wandessa por la norteamericana afincada en España Patty Shepard, el film la convirtió en un mito, si bien la actriz siempre fue reacia a estos papeles terroríficos y, por ende, no aprovechó su carisma para otros personajes similares, pese a que volviera al género con renuencia y en varias ocasiones. Esta Wandessa, por lo demás, aparece por primera vez en el cine asociada directamente al vampirismo “real” y no sugerido o metafórico, elemento que después sería repetido hasta la saciedad, honor que corresponde como inaugurador a Jacinto Molina. Klimovksy muestra a Wandessa como una clásica mujer vampiro en la tradición diríase de la Hammer, pero caracterizada de un modo que semeja a una especie de muñeca maligna (ese inmenso lazo), sensación que se ve acrecentada por el juego que ejecutan las vampiras jugando a una especie de corro de la patata de ultratumba, rodado al ralentí, lo cual le confiere un aura sobrenatural de lo más atractivo.

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