martes, 9 de noviembre de 2010

El vampiro, 1958




La joven Marta llega a Sierra Negra para visitar a su tía enferma. En el mismo tren viaja Enrique, un agente viajero que se ofrece a acompañarla. Al llegar a la estación, la pareja acepta continuar el recorrido en una desvencijada carreta que llegó a recoger una misteriosa caja procedente de Hungría. Al llegar a la hacienda de sus parientes, Marta se entera de que su tía ha muerto y decide quedarse, sin percatarse de que está a merced de los vampiros

Desde el Drácula hispano, los vampiros no hacían su aparición en las pantallas hablando español. En El vampiro, Fernando Méndez no sólo toma abiertamente al personaje de Bram Stoker y lo ubica adecuadamente en el contexto mexicano, sino que además se anticipa -al menos un año antes- a la sensual versión del conde que haría el británico Christopher Lee en los filmes de la productora Hammond.

Dueño de una amplia cultura cinematográfica -sus colegas lo apodaban "Cecil B. de Méndez" en alusión al famoso director hollywoodense Cecil B. DeMille- Fernando Méndez demuestra en El vampiro un dominio espléndido del cine de géneros, algo poco común entre los directores mexicanos de su tiempo. Exceptuando a un Abel Salazar completamente fuera de papel, el resto de los actores imprimen a sus personajes una veracidad difícil de lograr en un filme que, mal dirigido o interpretado, podría haberse convertido en una comedia involuntaria.

El éxito obtenido por El vampiro en su estreno animó a su director a dirigir la secuela, El ataúd del vampiro (1957). Ambas cintas integran hoy en día uno de los dípticos más singulares y famosos de nuestra cinematografía.

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