lunes, 8 de noviembre de 2010

El hombre que rie





Nos encontramos en Inglaterra en el siglo XVII. El Rey Jaime II se encarga de eliminar a Lord Clancharlie con la ayuda del odioso bufón Barkilphedro.Clancharlie es eliminado por la tortura de la “Dama de Hierro”, mientras que su hijo ha sidoentregado a unos “comprachicos” que se encargan a utilizar a niños para deformarlos quirúrgicamente y venderlos en atracciones de feria. El pequeño es nuestro protagonista, quién a última hora logra escapar y huir a través de un fantasmal paraje nevado lleno de ahorcados. Al pie de una de estas horcas encuentra a una joven muerta que porta en sus brazos el bebe de una niña y al cual rescata en la tempestad. El pequeño Gwynplaine llegará a la caravana del bonachón Ursus quién acogerá a ambos, descubriendo que el bebé está ciego y advirtiendo la deformidad del pequeño.


Más que estimable andanada de cine mudo, silente, que diría un buen pedante, material de filmoteca, que diría Stone. La función promete lo indecible en sus primeros pasos, que remiten al cine mudo alemán, con esa galería de rostros crudos, cierta sensibilidad punzante, la atmósfera. Me sorprendió después comprobar que es una producción americana pero, en efecto, el tal Paul Leni, un tipo interesante, por cierto, es alemán. Y ya digo, ese aire bávaro inicial y el planteamiento del relato son harto prometedores, pero luego va bajando el pistón lenta e inexorablemente, aunque ojo, arrojando un balance nada desdeñable. En la licorería se alzan voces que aluden a la grandeza de la novela de Victor Hugo en la que se basa, y al reduccionismo argumental y la pérdida de aristas que sufre en esta traslación fílmica. Y supongo que estaría de acuerdo con ellas si hubiera devorado la novela, por que ni el filón que supone el personaje del hombre que ríe, indudable precedente del Joker de Batman y fantásticamente interpretado por Conrad Veidt y con una caracterización que resulta inolvidable ya desde el mismo cartel, acaba de ser explotado como debería, ni los secundarios ofrecen las vísceras que uno ansía, ni la atmósfera de esos primeros compases se adueña del evento, que acaba un poco diluido por el "exceso de trama" y la ausencia de los misiles emocionales que uno desearía. En el tercio final, especialmente, cuando el ritmo y el tono se vuelven más socorridos y aventureros en perjuicio del dramatismo, la sensación es la de una gran oportunidad perdida, y ese final más rebozado en almax de lo deseable acaba por no dejar un gran sabor de boca. Pero sólo por el hombre que ríe, un personaje memorable, y un buen número de secuencias donde el tal Leni demuestra que era un tipo a tener en cuenta a los mandos de una cámara, la película ya merece una reivindicación. El amago de erección está servido.


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